Nadie escoge dónde nacer, dónde crecer ni dónde morir. Simplemente nacemos y, cuándo ya tenemos personalidad y decisión propias, estamos en condiciones de decidir qué pasará con nuestro destino, con nuestro futuro, con nuestra vida.
El dónde estás ahora, el si te fuiste o te quedaste, el cómo piensas o actúas, no cambian en nada tu origen, tu descendencia, tus raíces. Eres resultado de algo y quizás olvides lo que te sucedió ayer, lo que nunca olvidarás es lo que viviste en tu infancia. Aquella caída en bicicleta, el primer amor, el regaño de papá, el consuelo de mamá y la ternura de la abuela.
Sé que así le pasa a cada nativo de este humilde pero admirable terruño de peces y de cañas, bañado por su gran embalse, matizado por el olor a melaza y el sonido del central.
Orgullosos de Maceo y su Protesta, del nombre que llevamos, del arte Naif: nuestro embajador por las galerías del mundo. Orgullos de Oscar, de Ramón Trutié, de Gustavo Moll, de Ezequiel Miranda y otros tantos. De Poll y de Frank Tamayo; de Laila y de Belmonte.
Y con el permiso de todo el que se queda por mencionar; orgullosos de todos. Orgullosos del pueblo que acude ante un incendio, o ayuda a levantar una vivienda; del médico que se desvela en su pesquisa.
En fin, orgullosos de esa palabra de cinco letras que adoquier nos acompaña.
Comentarios
Suscripción de noticias RSS para comentarios de esta entrada.