“Ante todo, que me atiendan bien”. Fue la respuesta que me daba una persona con la que dialogaba en una cola.
En lo que esperábamos nuestro turno entablamos una conversación: cubana, locuaz. Le había preguntado que cuál sería el resultado que esperaba después de gastar parte importante de su tiempo en una de las ya comunes largas filas. “Que me atiendan bien”, reiteró.
Y no solo ella, es lo que espera cada persona que se acerca a una institución, a un especialista o a cualquiera que vende un producto u ofrece un servicio. Si vamos al médico, quizás no exista el medicamento indicado para nuestra dolencia, pero si el galeno nos trata con empatía, se sensibiliza con nuestro dolor, nos escucha, nos explica y nos anima, entonces(como magia u obra del más allá) sentimos alivio. Nos vamos a casa contentos con ese médico o esa enfermera, que es irse contento con la Revolución.
De igual manera ocurre en las instituciones o centros gastronómicos, no exentos de las limitaciones de recursos. Pero si allí nos reciben con buen carácter, con higiene y de manera atenta, entonces adquirimos con agradecimiento el más modesto de los productos y nos vamos alegres con ese trabajador gastronómico, que es irnos alegres con la Revolución.
Y ese es el recurso que hoy más nos falta, la devoción por atender bien al otro, que puede ser el maestro de mi hijo, quien paga la chequera a mi abuelita, quien me transporta en una guagua, quien coge el ponche a mi bicicleta, quien le empasta una muela a mi hijo.
Y ese recurso, tan sugestivo e intangible, no se compra en el Mercado Internacional, no sabe de crisis económica ni de dualidad monetaria, pero precisa un reordenamiento. En nuestra mente, en nuestra manera de ver la vida, en nuestra forma de asumir el compromiso social de la labor que realizamos.
Esa deuda, en Mella, se puede saldar.